miércoles, 12 de agosto de 2015

SÍNTOMAS

 Casi siempre motivadas por la realidad que nos toca, mis opiniones se desarrollan de a poco, así como la coyuntura lo va revelando. No sé si esta vez compartís mi sentimiento, pero la injusticia se vuelve síntoma. Se vuelve pecho oprimido y sabor amargo, algo adentro que no sé describir, que se hunde y se hunde. Duele, físicamente, literalmente. No hay que ser un héroe, ni altruista para sentirlo. Basta escuchar con leve atención, captar la esencia de lo que vivimos por sobre la insípida experiencia de existir. 
 Hace días que veo con creciente dolor la realidad de los argentinos concentrados en la provincia de Buenos Aires. Y con aún mayor pesar, recuerdo las inundaciones de La Plata, en 2013. Es triste pensar que no me sorprende que más de 10.000 personas hayan sido "autoevacuadas", porque el Estado ni se asoma por aquellos pagos. Un Estado verborrágico, para brindar comodísimas cuotas en compras de electrodomésticos y anunciar planes de todo tipo (aclárese que no me parecen políticas erradas pero sí mal administradas y entendidas, no son dádivas que agradecer, son derechos que exigir), pero muestra la hilacha en los peores momentos, cuando más lo necesitamos. Un Estado preocupado por perpetuarse, por no perder el poder, cuando en realidad nunca lo tuvieron. El poder legítimo se gana con la confianza y la admiración sana, no con el miedo.
  El gobernador de la provincia de Buenos Aires puede tener todos los compromisos impostergables del universo, aún así creo que todavía no se entera que el primer compromiso impostergable es la gente que lo eligió, sus necesidades, reclamos y deseos. Jamás justificable una ausencia de este tipo, porque peor que la corrupción, inclusive peor, es la indiferencia. Peor que el peor de los males: la no reacción, la omisión de las funciones para las que fue elegido conscientemente por la mayoría.
 Los bonaerenses no son la excepción. Lo que veo todos los días también es producto de la inoperancia de los políticos que dejamos que nos gobiernen. En San Juan, el que vivió alguna lluvia importante sabe que la zona de la legislatura también se inunda así como muchísimos barrios que no logro transitar, barros que los demás días del año son de tierra y se convierten en pantanos, como para trazar un paralelismo vago. Padecemos problemas muchísimo más urgentes de resolver, pobreza, hambre, violencia, inseguridad, falta de un sistema de salud eficiente, y de una educación responsable para el mañana, pero también para el hoy. Todo eso y más, resumido en una sola palabra, completa la ecuación: indiferencia.
 Después de las recientes PASO, creo que es momento de reflexionar, replantearnos hasta la vida cotidiana. No es cuestión mística o esotérica, es más mundano de lo que pensamos. La reflexión que exigen estas situaciones es mucho más ordinaria de lo que esperás. Es comenzar a darnos cuenta que política hacemos todo el día, todos los días sin saberlo. Es saber que las cosas, para todos los órdenes de la vida, comienzan por uno mismo. Y si te duelen, agradecé porque estás vivo. Está en tu poder, y en el mío también, transformar la realidad que vivimos. Más de uno dirá que exagero, pero no dudo de que estamos acá con el único propósito de dejar algo mejor. 
 Asqueados, desesperanzados, desconfiados, muchísimos argentinos le dan la espalda a la política, cuando la inmensa responsabilidad social es de los políticos que nos gobiernan y que lo hicieron en el pasado, ejerciendo de manera egoísta algo que es tan de todos. La política, a mi entender de las más honorables artes que existen, es la gran víctima. Hoy me desborda, hoy más que nunca, estoy convencida de la importancia de participar. Votar es la acción más patriota, votar con la consciencia de que es el acto solidario más grande que podés hacer jamás, votar para alejar la indiferencia que nos lastima y nos anestesia. Votar como alivio a los síntomas de un resfrío incipiente. Todos somos políticos. Todos somos responsables.