viernes, 20 de febrero de 2015

MÁS QUE AYER

 Tarde gris. El cielo enlutado, nosotros también. Lentamente se agolpa la gente en la calle, se acercan desde todos los puntos cardinales. Parece mentira que llegó el día, finalmente. Tantas voces hablaron, expectativa y emoción, especulación y gorilismo. Es una marcha desestabilizadora, de narcotraficantes y antisemitas. Un golpe blando, dijeron. ¡Sí! Hasta eso dijeron...
 A pesar de todo, ahí estábamos. Padres, hijos. River y Boca. Médicos y abogados. Jubilados, estudiantes y amas de casa, y desocupados también. Yo no vi ningún golpista, ¿y usted? Sólo ví gente y mucha, de esa que uno se encuentra en el barrio, en la verdulería o en el kiosco. Las mismas caras cansadas de siempre, esa tarde tenían un brillo especial. Algo difícil de explicar, sentimiento colectivo. Observando detenidamente, se veían caras nuevas, sonrisas naciendo entre tanta mueca. Perdidos en la multitud algunos ojos lagrimeaban. Y aún no comenzaba.
 Pasadas las 20,30, en San Juan estaba pasando algo. Y emocionaba, claro! Ver en televisión las calles de Buenos Aires atestadas de gente marchando, es un paisaje conocido, desde aquel 25 de mayo, al menos. Acá era una verdadera sorpresa. Provincia de tradiciones, conservadora; moviéndose, vibrando. Definitivamente, algo cambió.
 Si usted piensa que toda esa gente marchaba por Nisman, con su permiso, me animo a contradecirlo. Esa tarde no sólo palpitaba entre la gente la figura del fiscal muerto, es más, diría que fue un pretexto, un pretexto noble si los hay. Así mañana se compruebe que fue un suicidio, la Argentina ya no será la misma. Porque hoy tenemos valor. Nada de golpes ni partidismo, el argentino pide justicia de la verdadera, seguridad, libertad. Pide poder confiar, que lo cuiden, pide valores. Reclama transparencia y división de poderes, reclama república. Marcha por la libertad de expresión y la igualdad. Unidos y organizados, no. Libres.
 Sólo la Historia sabe si ese día quedará escrito en los libros, de lo que podemos estar seguros (y orgullosos), es que un buen día nos hicimos cargo de nuestro país. Y ojalá sigámoslo haciendo. Muy cómodo es sentarnos en un café, a despotricar sobre quién tiene la culpa. Le digo que el desafío somos nosotros mismos, ¡y qué desafío!
 Terminada la marcha volvimos a casa, un poco más hermanos que antes. Note usted qué admirable, y dígame si no le revienta el corazón de esperanza.
 Bah, no sé por qué me sorprendo, si somos un país con buena gente.- 


miércoles, 18 de febrero de 2015

LA FISURA MÁS DOLOROSA

 Un momento bisagra para muchos, una muerte más para otros. Ese lunes 19 de enero, la Argentina despertaba con expectativa, incertidumbre y ansiedad por conocer todos los detalles de la causa que investigaba el fiscal Nisman, y que le costó la vida. Éste fue el fiscal que denunció, nada más y nada menos, a la Presidente de la Nación, por encubrimiento en el atentado iraní contra la AMIA, en 1994. Pero todo cambió el mismísimo día en que el fiscal debía presentar las pruebas ante un llamado del Congreso, cuando prendimos la televisión, el celular o la radio. Ese día, cuando el fiscal y padre de dos hijas apareció con un tiro en la sien, algo de nosotros murió también. Y se respiró un aire fúnebre en las calles. Era tal la conmoción que, prestando atención cuidadosamente, se escuchaba el silencio en la calle, se sentía en el cuerpo una pesadez de tragedia colectiva.
 Por mi parte, la reacción no fue distinta. La denuncia que había presentado el fiscal cuatro días antes, sacudió a todos, y por supuesto, a todas. Lejos de sorprendernos, fue la gota que colmó el vaso. El vaso de tanta podredumbre infectándonos, rebalsó. Ya casi que nos estábamos acostumbrando a tener a altos funcionarios del gobierno enganchados en casos de corrupción, enriquecimiento ilícito, y otros delitos. Ah! inclusive, por primera vez en la historia argentina, tenemos a un vicepresidente procesado por la Justicia, por causas de lavado de dinero, y quién sabe cuánta cosa más. Usted verá cuán particulares somos los argentinos. 
 Volviendo a mí, puedo decirle que quedé boquiabierta. Literalmente. Desperté, algo tarde para mis deberes cotidianos, y encendí el celular. Tenía un mail de una colega, nada inusual para un lunes como ese. Gran día de trabajo nos esperaba. Hasta que leí el correo, una, dos, tres veces. No, es imposible, debe ser un chiste de mal gusto. Tristemente no fue ninguna broma. Encendí la televisión, y ahí estaba. En todos los canales, todos los titulares, diarios y radios del país. URGENTE. Así pregonaban los medios, el país estaba en shock. A eso le siguieron llamadas, mensajes, mails por todos lados. ¿Viste lo de Nisman? No lo puedo creer. Así comenzaron todas las conversaciones ese día.
 El fiscal que apareció muerto el domingo 18 de enero en el baño de su departamento de Puerto Madero, investigaba una de las causas judiciales más importantes de la Argentina: la causa AMIA, cuando aquel 18 de junio de 1994 la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina voló en un ataque terrorista, dejando 85 muertos a su paso. Se trató del mayor atentado y genocidio que sufrió el país, en toda la historia. De esta causa vital, se desprendió otra, investigada a fondo por el fiscal Nisman y su equipo: la causa por encubrimiento a los culpables del atentado, por parte de la máxima mandataria, el canciller Timerman y otros funcionarios y allegados al gobierno. Sin embargo, estará encantado de saber que el thriller no termina ahi y se pone más interesante.
 Los días que le siguieron a la dudosa muerte del fiscal, fueron de gran alboroto. Día y noche narraban los medios, comenzaron las pericias y con ellas, las dudas. La sospechosa participación del secretario de seguridad en la escena del crimen, los peritajes tardíos, especulaciones de toda índole. Jueces, fiscales, especialistas de diversas áreas y funcionarios, declarando ante micrófonos. El país y el mundo entero haciendo eco del fallecimiento del fiscal, la persona más importante para el país y la verdad, ese día. Miles de voces. Excepto una. La señora Presidente de todos los argentinos, Cristina Fernández, escribiendo por Facebook. Sí, no me diga. Algo inesperado, ¿no? Tal vez pensará que le estoy tomando el pelo, claro que no. Como  le advertí, somos algo particular.
 En este punto radica mi cuestionamiento, mi reflexión. Y autocrítica además, pues los ciudadanos comunes también somos responsables en cierto modo de lo que vivimos. El día en que el pueblo, el mismo pueblo por el que juró ante Dios y la patria, necesitó cobijo y palabras esperanzadoras, la Señora eligió el silencio. Sólo para después, por cadena nacional, expresar sus conjeturas apresuradas y señalar con el dedo a quienes, por estar presuntamente ligados a ciertos grupos económicos y polìticos (la "opo", cariñosamente) eran culpables automáticamente. En momentos en que necesitamos luz, sólo arrojó más oscuridad, más confusión. Y así continuó, para qué le cuento todas las barbaries que siguieron! También, quizás, debiera saber usted que nuestra Presidente no es la única personalidad destacada. El gran Jefe de Gabinete, rompiendo diarios opositores durante una conferencia matinal, honorables diputados discutiendo proyectos de reestructuración de instituciones manchadas, sarcasmo en chino vía Twitter, en fin, cortinas de humo, mucho humo negro en la ciudad. Como diría un periodista de mi gran admiración, el Ministerio de Humo trabaja.
 Pero, hablándole desde el corazón, le confieso que las cortinas de humo no duelen, las mentiras ya no duelen tampoco. El tiempo y la historia nos armó de una coraza, y cada vez estamos más despiertos, aunque no lo quieran ver. Lo que duele es la indiferencia, la desolación que deja un gobierno que se dice nacional y popular, pero gobierna para el 54%. Que se queda con la alegría y el canto, y a otros les deja el silencio. Que va a seguir pregonando "la unidad de todos los argentinos" pero irónicamente habla de ellos y nosotros. Que provoca la fisura más dolorosa, la fisura social. 
 Ojalá pudiera decirle que todo fue un sueño y volver a otra cosa. Tantas veces quisiera despertar, pero me veo inmersa en la tremenda realidad, sin otro camino que el futuro por delante. Esto quería contarle, a un mes del descanso ¿en paz? del fiscal. Espero no haberlo espantado, tenemos tantas cosas hermosas! Somos un país maravilloso.
 Un país con buena gente.-